Cada vez que se acercaba algún niño, el saxofonista le dedicaba lo mejor de su repertorio. Aunque no conocían el tipo de melodía ni quién era el autor de la pieza que Rodolfo interpretaba en cada momento, sólo ellos, con sus ojos clavados en él y sus caritas iluminadas por la dicha, eran capaces de escuchar y de acompasar sus ágiles pasos al ritmo silencioso de unas manos vacías.
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Escrito por Juana Igarreta - Celebración 10 años ENTC
Relato finalista
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