viernes, 18 de noviembre de 2022

Herederos

Un gran retrato preside el salón principal del viejo caserón. Desde él, Tomás Luzuriaga da la bienvenida a todo aquel que atraviesa la puerta de la estancia. Un conato de sonrisa parece escaparse al hermetismo de su boca, coronada con un rotundo bigote azabache, al que el tiempo no dio oportunidad de encanecerse. Dicen que, de joven, en sus mejores años de científico, tuvo una vida apasionante en un lugar muy remoto, pero, a su vuelta, nadie fue capaz de sonsacarle detalle alguno del mismo.

Han llegado de madrugada, flanqueados por los primeros rayos de sol.  Están desfallecidos, con las fuerzas al límite. No han encontrado en todo el trayecto ni un triste lugar donde reponer energías. Ya se lo advirtió en su día la tatarabuela G21 a la bisabuela G22 y ésta a su vez a la abuela G23: “Son seres muy atrasados, están a años luz de nosotros”. Más vale que la mamá G24, antes de emprender el viaje, se acordó de proveerse de clavijas universales para todos. Sí, pero ¿dónde conectarse? De las lámparas de la casa todavía cuelgan densos goterones de cera.


Escrito por Juana Igarreta para ENTC - Propuesta: Antepasados o robots





Él

Tras separarse de la nave nodriza, cayó fuera de control, en la zona de materiales inertes de un vertedero. Allí mandaba con mano de hierro Leidi, chatarrera de altos vuelos. Desde el principio se encaprichó de aquel despojo caído del cielo. Lo llamó “Él”, por llamarlo algo. Pensó que, pese a su aparente inutilidad, tal vez serviría para funciones elementales y rutinarias.  Se movía de forma asincopada , entre grotescos tics y desagradables chirridos. Poco a poco fue perdiendo casi todos los automatismos residuales, y su funcionamiento se volvió impredecible.

Una mañana descubrió un inquietante matiz en su rostro, ya de por sí inescrutable. Ante tan preocupante evolución, Leidi valoró tratarlo como residuo peligroso, pero finalmente decidió ponerlo en manos de los chicos del reciclaje.

Pasado el tiempo, se encontró con una conocida, asidua de la escombrera. Llevaba a su hijo en un destartalado cochecito, a todas luces tuneado con piezas de desguace. Siguiendo un impulso instintivo se acercó al niño. Gracias a sus reflejos pudo esquivar el impacto de un muelle que saltó bruscamente del carrito, esgrimiendo una herrumbrosa pátina de rencor viejo. Asustada y con cierta sensación de culpabilidad, Leidi no pudo evitar pensar en “Él”.


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Escrito por Javier Igarreta para ENTC - Propuesta: Robots




jueves, 3 de noviembre de 2022

Precipitaciones

Y, por fin, regresa la lluvia. En la calle florecen paraguas multicolores. A las ventanas, hasta ahora cerradas bajo el sol como ojos aquejados de ceguera, se asoman chicos y mayores. Con los brazos abiertos y las manos extendidas le dan la bienvenida entre suspiros de alivio y regocijo.

Angélica vuelve presurosa de la peluquería, cubriéndose la cabeza con la bolsa multiusos que siempre lleva cuidadosamente doblada en el bolso. Entra rauda en casa y libera sus manos de enseres varios; abre enérgicamente la ventana de la cocina y, sin medir sus fuerzas, se alza en el banquito con el que se ayuda para llegar a la última de las cuerdas, abalanzándose irremisiblemente sobre el tendedero.

Tomás, desde que fue señalado en la última junta vecinal, ya no fuma puros en el ascensor. Ahora espera y los enciende nada más salir del portal. El último humea tembloroso sobre su labio inferior cuando Angélica, la vecina del primero, aparece como caída del cielo y se lo arrebata de golpe.


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Escrito por Juana Igarreta para ENTC - Propuesta: El regreso

Augenblau


Aquel año, el estío irrumpió de forma abrupta. La esplendorosa pujanza de la primavera se vio sorprendida por sucesivas acometidas de viento tórrido. Solamente en las profundidades de la caverna donde se cobijaba Augenblau, quedaron enclaustradas burbujas de frío residual. Abandonada de niña, había logrado adaptarse a las severas condiciones de la naturaleza salvaje, en perfecta sincronía con los latidos del bosque. Pero los mastines del Señor de Morgenstein rastreaban, con el resuello al límite, cualquier atisbo de frescor y encontraron, una mañana, el refugio umbrío de Augenblau. A la zaga de los canes llegó su amo que, chasqueando el látigo, les obligó a envainar sus colmillos. Enrabietados soltaron la presa, dejándola a su merced. Augenblau suplicó con el terror instalado en su mirada azul, pero fue todo en vano. Su desgarrador grito arrancó lascas del alma pétrea de la gruta. Tiempo después, Morgenstein regresaba, extraviado y herido tras una infausta escaramuza, y pasó nuevamente por aquellos parajes, ahora gélidos. El trauma de la derrota y una fuerte ventisca le impidieron percatarse de la afilada daga, que emergía desde la espesura nívea. Ya “in artículo mortis”, recordó con un evanescente ápice de conciencia aquellos ojos azules.


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Escrito por Javier Igarreta para ENTC . Propuesta: El regreso