sábado, 31 de agosto de 2019

Una bala perdida


Mientras escribía en aquel café vienés, intentando de una vez por todas matar los fantasmas del pasado, Jennifer recibió un disparo procedente del dorado atardecer que se colaba por una vidriera “art decó”. La bala atravesó su cráneo, invadiendo la región donde dormían sus recuerdos. Y encontró, a su paso, la borrosa y odiada imagen de su padre junto al secreto deseo, formulado en su lejana infancia soplando sobre las cipselas del diente de león. La bala perdida salió horrorizada y, pasando por alto la lógica balística, se dirigió hacia un rancho de Montana, alcanzando en pleno rostro a aquel viejo granjero que, incapaz de soportar por más tiempo la mirada acusadora, acababa de disparar a bocajarro sobre el amarillento retrato de su hija desaparecida. La luz cegadora del sol de Yelowstone iluminó aquel escenario de sangre y cristales rotos.

sábado, 10 de agosto de 2019

Atanasio


No pudo encontrar la paz. De poco sirvieron sus denodados intentos como decano del gremio. El sector de las pompas fúnebres llevaba tiempo convulso por la competencia desleal. Atanasio, que tenía más de un cadáver en el armario, llegó a conseguir una pequeña fortuna con su negocio de lápidas. Pero la dilapidó.


El día en que cumplía cincuenta años, apenas vio la luz del sol. Tras recibir aquellas flores, perdió la conciencia en medio de un penetrante olor a almendras amargas. El forense dictaminó envenenamiento por inhalación de ácido cianhídrico. Atanasio se llevó a la tumba el misterio de los cinco tulipanes púrpura.


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En busca de una respuesta



  1. No pudo encontrar la paz hasta un tiempo después de la muerte de su madre. Cuando ella partió, lo dejó atrapado en un opresivo interrogante.
    El día que regresó a la casa materna, un punzante silencio esperaba tras la puerta. Guiado por un pálpito subió hasta el desván. Desempolvando el pasado, se reconoció en los rasgos de un hombre retratado en un viejo lienzo, en cuyo reverso rezaba una dedicatoria.
    Lleno de agitación, bajó al recibidor. La respuesta tan anhelada estaba ante sus ojos; en el cuadro preferido de su madre, el de los cinco tulipanes púrpuras.
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Gajes del oficio


Enredado en el cajón de sastre de su escritorio, palpó la textura de aquel bolígrafo, roído hasta la extenuación aunque todavía con tinta suficiente para una última aventura. Pero en el segundo párrafo de la tercera página, tuvo que abortar una incipiente desviación del azul al rosa. Aquella absurda salida de tono, sin duda una treta del subconsciente, le sacó de sus casillas. Arrancó la hoja y arrugándola con rabia, la arrojó a la papelera, con tan mala puntería que la sufrida pelotita se perdió bajo la cama. Se agachó en su busca, pero halló una navaja con cachas de nácar rosa que, aún encerrada en sí misma, mostraba abiertamente su carácter letal. Habría pasado por alto tan evidentes connotaciones, si no hubiera recibido la llamada amenazante de su editor, recordándole los plazos de entrega, así como la exigencia de evitar un tocho cargado de metáforas o lencería.  Antes de que se diera cuenta, la navaja fuera de sí comenzó a mostrar entre líneas su frialdad de acero. Y él se dejó llevar. En la feria del libro, todos alabaron aquella perfecta simbiosis, achacando la ausencia del editor a una de tantas elipsis del mundo editorial.