jueves, 31 de octubre de 2013

Con gorro y anorak



Mientras su padre cerraba la tapa del contenedor, Asier jugaba con un gato gris que había surgido de los bajos de un coche.

—Démonos prisa, Asier; tenemos muchos  contenedores que revisar antes de que pase el camión de la basura —dijo su padre, a la vez que tiraba del carrito con una mano y blandía el gancho con la otra. 
 
Foto publicada en La Vanguardia


—Vale, papá, además nos están viendo desde la ventana de mi antigua habitación —contestó Asier mirando hacia el edificio de enfrente.

—No te preocupes, con los gorros y los anoraks no nos reconocen —contestó el padre, al tiempo que los dos desaparecían raudos doblando la esquina.




martes, 29 de octubre de 2013

Micropoema otoñal




Siente el puente en sus pétreos ojos

el frío abrazo de las aguas del río

y el otoño asomado a los árboles

contempla la escena complacido.


En Burlada  (Navarra)- Foto: Jana MªIgarreta

sábado, 26 de octubre de 2013

¿Qué pasa en casa de Idoya?



En el recibidor de casa de mi amiga Idoya tienen dos figuras mirándose de frente. Aunque Idoya, a veces, las coloca dándose la espalda, a los días nuevamente están de frente.




Hace días que no veo a Idoya. Ayer, me abrió una mujer desconocida. Las figuras se daban la espalda.

Fotos: Juana Mª Igarreta

domingo, 20 de octubre de 2013

La última novela



Mario abrió el sobre que acababa de retirar de la oficina de correos. Eran varios folios escritos a mano. Comenzó a hojearlos y no podía dar crédito a lo que leía, ¡era su propia vida contada con todo lujo de detalle! Ni siquiera habían tenido el tacto de cambiar de nombre al protagonista: “Mario Iturri”.
Perplejo y lívido, presintió que el autor de aquellas letras era Juan Estébanez, el escritor. Así lo ratificaba la siguiente nota: “Hace un tiempo, cuando todavía no habías traicionado mi amistad, te dije que tu azarosa vida daba para una novela. Ya la tienes”.
 

Mario pensó que debería intentar hablar con Juan Estébanez; si el texto se publicase podría complicarle seriamente la existencia; si Olga, su mujer, conociese su turbio pasado…
Recordó, en un vertiginoso repaso de imágenes, los años que Juan lo acogió en su casa. Las largas apneas que este sufría durante el sueño, aquella copia de llaves que nunca llegó a devolverle…
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Cuando Matilde, la asistenta, encontró una mañana el cuerpo inerte de Juan sobre su cama, junto al cenicero a rebosar de colillas y una botella vacía de whisky,  tras  lanzar un grito desgarrador, dijo sollozando: —Se veía venir.