sábado, 28 de noviembre de 2020

Cazador de sombras

Llevaba tiempo tras su rastro y aquel atardecer otoñal la encontró en un claro del bosque. Como una consumada bailarina de ballet, ejecutaba sus insinuantes cabriolas en medio de un tapiz multicolor. Apostado tras un matorral y subyugado por aquellas poses tan cautivadoras, el cazador, asumiendo el papel de improvisado voyeur olvidó casi por completo la querencia de su arco. La incidencia oblicua de los rayos solares prolongaba en dramáticas sombras las evoluciones de la gacela. Mientras contemplaba extasiado aquella magnética escena, el cazador se removió en su puesto de observación, provocando un crepitar de ramas que resonó en la quietud del bosque. Sintiéndose sorprendida en su grácil danza, la gacela miró en derredor y oteando la amenaza adoptó una actitud huidiza. A punto de perder su sombra inició un vigoroso trote que excitó el instinto del cazador. Viéndola a tiro, tensó el arco, apuntó a su silueta evanescente y conteniendo la respiración disparó. La flecha se incrustó en el ocaso. Sobre la hojarasca solo quedó un remolino de hojas secas.



Imagen de Internet

Escrito por Javier Igarreta para ENTC - Propuesta: Paisajes y escenarios




miércoles, 18 de noviembre de 2020

Oficio de tinieblas

Mientras la luz agónica del atardecer acariciaba los diablillos de los capiteles, la voz de barítono del lector hebdomadario resonó nítidamente en la penumbra del claustro, formando un acorde perfecto con la luminosa espiritualidad del mensaje bíblico: “Et verbum caro factum est”.  El profundo significado del texto se hizo carne en las papilas gustativas del hermano Junípero que, poco dado a las epifanías místicas, no pudo evitar un atisbo de placer. No era la primera vez que el humilde lego se debatía en esa ambigua frontera entre el sentir y el consentir y aún tuvo que enmascarar, entre forzados carraspeos, la rebelión de sus tripas carentes de prejuicios y poco dispuestas al ayuno. Pero el abad Lautaro, de vista precaria pero fino de oído, siempre permanecía vigilante a las debilidades de su grey. Cuando en el ritual del besamanos tuvo al hermano Junípero a su merced, escondió un pellizco en el abrazo, reconviniéndole con aquella voz tan sibilante como sibilina: “Ay fray Junípero, fray Junípero, procure ocultar sus remordimientos de conciencia”. Y le miró fijamente desde el fondo de sus ojos glaucos.




Relato seleccionado para ser publicado en el libro de ENTC 2020



La sombra de un destello

Cuando terminó de recortar las últimas estrellas, Clara cerró la puerta de la escuela y salió. El camino hasta su casa estaba salpicado de desvencijadas farolas, cuyos tímidos haces de luz apenas lograban restar oscuridad a la noche.

Clara andaba presurosa, intentando centrar sus pensamientos en las tareas a realizar en clase para ultimar el festival de Navidad. Desde que llegó de la ciudad, una sensación de desasosiego se había adueñado de ella. Le estaba costando habituarse al clima adverso del lugar y al carácter sombrío y distante de aquellas gentes. Hasta las miradas de los niños, que no alcanzaban la veintena, adolecían de ese brillo que imprime la alegría cuando preside la infancia.
La casa cedida a la maestra estaba en el ejido del pueblo. Cuando la alcanzó, un destello inesperado iluminó la puerta y su mano en el momento justo que introducía la llave en la cerradura. Se volvió todo lo rápida que le permitió el miedo, pero sus ojos inmensamente abiertos tan solo percibieron la noche cerrada.
Al día siguiente, Elea, la alumna más joven de la clase, sorprendió a la docente diciéndole: “Clara, ¿tú también te irás sin despedirte?”.