viernes, 31 de julio de 2020

Capturas

Apenas cumplidos los dieciocho, y como impulsada por la fuerza de un potente resorte, Araceli cruza las puertas de la estación y elige el tren que promete alejarla más de su lugar de procedencia.
Al llegar a su destino, una ciudad gris aparece ante sus ojos, pero a ella se le antoja particularmente luminosa. Sus zapatos, ensanchados y rebosantes de pasos inciertos, bailan en sus pies hundiéndose en la hojarasca como los dedos inquietos de un niño en un pastel de hojaldre.
Deambulando ensimismada por paseos y calles, recuerda con memoria fotográfica cada rincón del orfanato que la ha visto crecer. Antes de abandonarlo no ha dudado en pulsar el disparador de su cámara Canon ante el retrato del director que preside la recepción del edificio. El ostentoso marco dorado que lo circunda chirría sobre el desconchado de la pared, pero no tanto como contrasta el brillo de la mirada capturada en esa fotografía con la densa sombra que se agazapa tras ella. Araceli sabe que, esta vez, su testimonio cuenta con algo más que palabras.


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