sábado, 21 de mayo de 2022

Consecuencias de viajar en tren

El padre de Anita murió en un accidente de coche. Ella creció en un baile de brazos entre su madre y su abuela. Cuando esta última empezó a perder la cabeza confundía a menudo a la hija con la nieta.

“Que cómo se pudo entregar a un hombre al que acababa de conocer en el tren…”. Esas palabras las recibió Anita perpleja, constatando el empeoramiento súbito de la demencia de la abuela.
“A veces sueño que ha vuelto. Viajamos juntos en el tren, como aquel día…”. Ahora era su madre la que cuchicheaba con su mejor amiga en la cocina.

Anita no puede aguantar más la curiosidad, ni la rabia. Es capaz de cualquier cosa por conocer la verdad. De pronto se acuerda del viejo bolso rojo que vio a su madre guardar en el altillo. A hurtadillas, lo abre. El antifaz y la pistola no parecen de carnaval.

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Las circunstancias de Marta

A Marta ya le mosqueó su actitud cuando entraron juntos en la estación. No era la primera vez que encontraba un tipo así. Él le cedió el paso con afectada galantería y Marta esbozó una media sonrisa. Cuando volvieron a coincidir más tarde en el tren de cercanías, ella trató de ignorarlo concentrándose en el móvil. Pero él parecía empeñado en seguir con su particular juego y se situó estratégicamente. Dos estaciones más adelante Marta levantó la vista y se topó con aquella mirada de cernícalo clavada en ella. De pronto vio subir a Lucas, aquel orteguiano de pro, siempre a la expectativa, y se le abrió el cielo. Súbitamente olvidó sus reticencias y se abrazó a él que se dejaba querer con cara de circunstancias. Enmarcado al fondo del vagón semivacío quedó aquella mirada despectiva que intentaba diluir su frustración más allá de las ventanillas.


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Escrito por Javier Igarreta - Celebración 10 años de ENTC

miércoles, 18 de mayo de 2022

El voluntario

El que apunta es un soldado raso de apenas diecisiete años, a quien le gustaría retroceder en el tiempo. Y que en lugar de tener que disparar al hombre que tiene enfrente, hacerlo una vez más a una lata colocada sobre unas piedras en la era más alejada del pueblo.
Abrumado por la mirada impertérrita de ese militar cuya vida le han puesto en el disparadero, no puede evitar recordar a su padre. Ese que siempre le decía que no intentara comerse el mundo en dos días porque todavía era un chaval. El mismo que entró poco tiempo después en casa estrenando uniforme y, mirándolo como si se hubiera convertido en hombre de la noche a la mañana, le persuadió para que se ofreciera “voluntario” a participar en esta locura.

Sintiéndose incapaz de apretar el gatillo, arroja el arma al suelo y se une al pelotón de los vencidos.

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La sombra de la barbarie

Aquella mañana alguien esperaba en la entrada del Banco Sumitomo. Sentado en los escalones, tal vez consultaba la hora en su reloj Seiko, sin saber que estaba a punto de convertirse en una sombra.

Setenta y seis años después, su perfil se mantiene algo atenuado como un pétreo alegato contra la barbarie.
Kazumi era un niño pequeño cuando Little boy descargó su furia abrasadora sobre Hiroshima. Todavía conserva a flor de piel el estigma de aquel infierno. La fatídica mañana, su padre salió de casa para resolver diversos trámites. Jamás volvería a verlo. Sin embargo su recuerdo permanece imborrable en su memoria. Cada vez que pasa por el lugar donde el fogonazo atómico produjo la instantánea, Kazumi mantiene la mirada fija en la piedra como si quisiera hacer volver al protagonista de aquella escena.



Sombra humana grabada en piedra -  Bomba Hiroshima - Imagen de Internet