domingo, 3 de noviembre de 2019

En otra piel

Celia encontró en el tren, olvidado en el asiento de al lado, un abrigo de lustrosa piel marrón. Tras comprobar sorprendida que era de su talla, no tuvo ningún remilgo en concluir que se trataba de un regalo de la divina providencia. Además, recordó que por la mañana se había puesto la chaqueta del revés; hecho que, indudablemente, había provocado el inesperado hallazgo.

Viendo que el resto de los viajeros consultaban sus móviles o dormitaban, cambió decidida el abrigo por el suyo y se dirigió al servicio. Probándose la prenda, halló en uno de los bolsillos una peluca castaña de larga melena ondulada; acomodándola a su cabeza de pelo ralo, sonrió ante el espejo, admirando su rejuvenecida imagen. Ataviada de esta guisa, volvió a su asiento. De pronto, un caballero se dirigió a ella, diciéndole: “Disculpe señorita, ese lugar está ocupado por una señora que está en el aseo”. Ella, coqueta, le respondió: “Lo sé, viajamos juntas”. Luego respiró aliviada sabiendo que la próxima parada era la suya.

Justo pisó el sombrío andén, la abordó un hombre trajeado y con sombrero color chocolate, susurrándole: “Démonos prisa, Ingrid. Los de la banda esperan fuera. ¿Pero, dónde traes la mercancía?”.

Imagen de Internet

El novio barman de la bibliotecaria


  1. Aquel libro recogía algo más que una historia. Olga se vio sorprendida por la nota en las primeras páginas: “Hola, soy de otro Club de Lectura. Antes de que termines de leer este libro, me gustaría comentarte algo. Te espero el viernes, a partir de las cinco, en el bar de la estación de autobuses. Si te animas, nos vemos. Iré vestido con una americana verde. ¡Ah!, por favor, esto debe quedar entre nosotros”.
    Aquel viernes la cafetería rebosaba lectoras que entraban allí “por casualidad”, mientras con un malogrado disimulo intentaban localizar al misterioso caballero. Él, tras la barra, chaquetilla verde y pajarita negra, servía ufano. Volvería a hacerlo.

Marronazo

Nunca pensé que lo nuestro fuera para siempre. Y mira que era difícil no dejarse embaucar por aquella mirada. Por no hablar de tu verborrea , ligeramente cursi. Pero pronto supe que tu concepto del tiempo cabía en un Rolex. Fue cuando te ascendieron y te hiciste adicto a las reuniones de trabajo, en realidad cenas rematadas con alcohol y lo demás. Frecuentemente llegabas de madrugada y te delataba el aliento. Y aquella estúpida mirada anclada en el vacío. Nuestra relación llegó a un punto muerto y te pusiste pesado queriendo retomar lo que nunca llegó a cuajar. Apareciste con un sorprendente cambio de look, intentando convencerme de que eras otro. Casi lo consigues con tu caja marróns glacés, mientras en tu nuevo coche atronaba el “Brown sugar”. No hubieras soportado una negativa, pero mi indiferencia te sacó de quicio. Te quedaste sin palabras y me levantaste la mano, pero te paré los pies. Nunca pensaste que tu chica pija, la modosita niña de papá, te saldría rana. Me siento orgullosa de haberte defraudado. Al fin y al cabo tú tampoco eres la joya que vendía tu mamá.