Cuando él persiste con sus ardientes caricias sobre mi
cuerpo, acabo sudando fuego y no puedo sofocarme el calor hasta el anochecer.
Los días que eso ocurre, deseo impaciente que ella llegue cuanto antes. Que me
recorra palmo a palmo, lamiendo con su refrescante y multiforme lengua cada uno
de mis poros. Sólo ella consigue el alivio esperado en mi rígida figura. Mi
sino es vivir a la intemperie, entre tórridos abrazos de sol y calmantes besos
de agua de lluvia. ¿A qué más puede aspirar una estatua de hierro?
El Coloso de Rodas - Dalí - Imagen de Internet |
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