“Debo decidir cuanto antes cómo cambiar el orden
mundial”, se dijo el poderoso magnate recién elegido presidente. Llamó a la
mejor de las pitonisas y, cuando esta le habló de su muerte inminente, se
dirigió presuroso a su despacho. Situó el globo terráqueo en el centro de
la mesa, lo sacó de su eje y lo volvió a colocar con los polos
invertidos.
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