Han comenzado a llegar al pueblo y se han instalado en unas lonjas abandonadas desde las que reparten mantas y sacos de alimentos triturados. Nadie sabe quiénes son y de dónde vienen, pero tras el desastre provocado por las últimas inundaciones la gente tampoco está para hacerse muchas preguntas. Ni siquiera hablan de la extraña imagen de sus bienhechores; parecen no ver sus cuerpos cubiertos de extraños plumajes, sus largas y corvas uñas negras, ni percibir su peculiar lenguaje. Después de lo que han vivido, su ayuda es una auténtica bendición. La riada anegó sus tierras, sus casas, sus vidas. Sus corazones, ahora tan vulnerables y agradecidos, sólo ven el lado bueno de las cosas. Lástima que también esa misma inocencia les impida preguntarse de qué están compuestos esos polvos tan nutritivos. La alarma saltará con los graznidos emitidos por el primer recién nacido tras la tragedia.
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Escrito por Juana Igarreta - Celebración 10 años de ENTC