El
puñetero ojo de la cerradura, así lo llamaba Juan cuando no atinaba con la
llave a la primera para abrir la puerta, en esos días que venía con alguna copa
de más, cada vez más habituales. Una vez que estaba dentro, cerraba la puerta
violentamente haciendo extensible esa violencia a todos los seres y enseres
que lo rodeaban.
Hasta que
un día, el puñetero ojo de la cerradura, negándose a seguir siendo testigo y
cómplice a la vez de tal desmán, lloró gruesas lágrimas de silicona, sellando
la entrada a la trémula llave de Juan.
Imagen de internet |
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