Carlos siempre me tuvo como un mero capricho de los días
soleados. Yo, harta de que mi dedicación fuese tan solo valorada como una
suerte de intermitencia, me propuse hacerle
saber que mi compañía es fiel e incondicional. Que siempre estoy ahí; no solo
en los días luminosos cuajados de momentos brillantes en los que la alegría embarga
nuestros sentidos; también cuando la
tristeza y el desánimo nos envuelven con su baile huracanado y nos acuchilla el
frío. Ahora soy experta en cruzar el umbral de cualquier puerta. Se acabaron
las tediosas esperas en el portal de su casa, a la salida del trabajo, del
cine, de la biblioteca... Reconozco que sin él no habría llegado nunca hasta
aquí.
Imagen de Internet |
Ayer, cuando Carlos y su amiguita se fundieron
en un largo beso, la ingrávida acompañante de ella y yo, como siempre
mimetizando sus gestos, hicimos lo mismo. Pero ellos se fueron y nosotros aquí seguimos,
todavía con nuestras bocas selladas y nuestros etéreos cuerpos unidos. Yo, que
tantas veces maldije mi suerte exclamando “¡ay, qué larga es esta vida!”, ahora, desde la recién estrenada certeza de
ser yo misma, me desdigo afirmando que
la vida es un suspiro.
Muchas gracias; os conozco y tengo puesto en el blog vuestro enlace. Saludos
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