Aquel viejecito se le cruzó en la calle una mañana. Ella iba atropellando
tiempo para llegar puntual a un trabajo mal pagado. Él dilataba los minutos asido
a su andador, arrastrando soledad en sus zapatos.
Ahora, con sus horas sincronizadas, pasean
cogidos del brazo. Fue un amor a primera Visa.
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