Sentado en la orilla, contemplaba hipnotizado el borboteo del agua. Las
hojas caían somnolientas desde la majestuosidad dorada de los chopos y
escapaban, río abajo, cabalgando la corriente. Cuando salió de su
ensimismamiento, la vio a su lado pálida e insinuante y ocurrió lo
inevitable. Después solo quedó un cadáver.
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