Cuando Paquita se levantó y percibió que las paredes de la casa lucían de color verde, lejos de llenarse de alegría viéndose rodeada de su color preferido, se sintió presa de un desconcierto que fue en aumento al contemplar cómo Chispas, su gato, salvaba la distancia entre el suelo y la ventana de la cocina, no mediante el brinco matutino que tenía por costumbre, sino con una extraña y ralentizada ascensión más propia de un vuelo que de un salto.
Confundida
y sudorosa salió al rellano de la escalera y llamó al
timbre de la vecina de enfrente, mientras con un sincopado hilo de
voz pronunciaba su extenso nombre: “¡Her...me...ne...gil...da!”.
Hermenegilda
abrió, pero no pudo evitar que Paquita se desplomara ante sus ojos.
En
urgencias concluyeron que el tratamiento indicado a la paciente para
paliar sus vértigos, no era tolerado por la misma. Ante el relato
pormenorizado de Paquita explicando sus impresiones en aquella mañana
caótica, resolvieron sumar a la lista de efectos secundarios del
medicamento “posible alteración en la percepción de los colores y
los movimientos”. Paquita pensó que también podrían haber
añadido “favorece las relaciones sociales”.
Paquita
y Hermenegilda llevaban diez años sin hablarse.
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