El sábado que Osman inauguró el restaurante, invitó a los
vecinos a tomar café con pastas. Y puntuales acudieron a la cita de las cinco,
incluida doña Remigia, la octogenaria
del tercero, a pesar de que “el turco” no era santo de su devoción.
Osman se lo había currado. Él mismo se encargó de elaborar
las tarjetas que anunciaban la apertura del local, para luego depositarlas en los
correspondientes buzones. Además convenció a Urko, con quien había entablado
amistad hacía poco tiempo, para que se vistiera de payaso y amenizara un poco
la tarde. Después de la actuación, seguro que serían muchas las monedas tintineando
en su sombrero.
Urko fue alternando los números que mejor se le daban. Pero
las risas que consiguió arrancar en un principio, al tiempo que la gente le
daba la espalda, pronto enmudecieron.
¿Habrían reconocido bajo aquel raído disfraz y aquella voz
distorsionada al viejo cerrajero? ¿Sería capaz de retener a los vecinos de Osman
el tiempo suficiente para que su “socio” terminara el trabajo puerta a puerta?
Lo sentía por Osman, que era un buen muchacho. Pero ¿un
parado de larga duración puede vivir de hacer el payaso?
Fotografía de Thomas Höpker |
Escrito por Juana Igarreta para Esta noche te cuento
Este relato fue leído en Radio Morelos (Méjico) - Hacer clic para escuchar
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