La chica elegida, previo pago a la regente del club de
alterne, llega puntual a la cita. Al cruzar la acorazada puerta es
recibida por una inquietante música marcial que envuelve la sombría
estancia, en la que danzan sincronizadas un sinfín de fantasmagóricas
figuras luminiscentes.
Sobre la mesa, después de
haber sido impregnados de una invisible pátina narcotizante, reposan
apetitosos dulces y bebidas que el anfitrión no tardará en ofrecer a su
invitada. Sorbo a sorbo, paladeo a paladeo, harán de ella la más sumisa
de las esclavas, pasando a engrosar la larga lista de un siniestro
harén.
Tras el vacío de las
cuencas oculares de una máscara en penumbra, alguien acecha cada uno de
los premeditados movimientos del comandante Samhaím.
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