Álvaro besa sonriente, al tiempo que las nombra, a cada una de las
compañeras de patio de su abuela. Mientras recorre con sus carnosos labios las
rugosas mejillas de las octogenarias, trata de adivinar el total de euros con
los que verá aumentada su paga dominical.
En los servicios de la residencia se mira al espejo y, descubriendo en el
fondo de sus ojos una incipiente avaricia, se sonroja. Rubor que el tintineo de
las monedas en su bolsillo hará disipar antes de alcanzar la puerta de salida.
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