Genaro
siempre decía a Lucía, su mujer, que era una ilusa pensando que podría llegar a
ganar aquel concurso de radio. Que las
preguntas que hacían eran muy absurdas y solo triunfaban los concursantes muy
ingeniosos. Lucía le contestaba que ilusa venía de ilusión y que era mucha la
que ella sentía cada vez que participaba. Que soñaba con poder conocer Sevilla
viajando juntos en el AVE con el premio del concurso. Pero, en verdad, la
pregunta de aquella semana se las traía: ¿Por qué las bailarinas bailan de
puntillas?
Imagen de Internet |
El domingo
por la mañana llamaron al timbre. No esperaban a nadie. Lucía, sigilosa,
observó por la mirilla y vio a una mujer de humilde apariencia que portaba un
gran bolso. Parecía una vendedora ambulante. Pensó en no abrir, pero luego valoró
la dura vida de estas personas, deambulando casa por casa incluso los días
festivos, a expensas de encontrar tras cada puerta alguien que las escuche. Cuando
Lucía abrió, la vendedora le ofrecía insistente un amplio surtido de puntillas y bordados, abierto en abanico sobre sus ajadas manos. Lucía,
observando aquellos retales, exclamó entusiasmada ante la sorprendida vendedora:
“¡Bailan de puntillas para que les quede bordado!”.
Sevilla les
encantó.
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