La tabla del siete
Ave María purísima! Ni siquiera el piadoso saludo conseguía moderar el rictus del maestro. Quizás por un empecinado empeño en hacer honor a su nombre o simplemente por deformación profesional, Don Severo mantenía siempre su rostro adusto. Sobre todo con «Gonzalito», que ya sería Gonzalo de no ser por las prioridades de su casa que lo retrasaban.
Don Severo toleraba mal sus ausencias y se consumía cada vez que se trastabillaba en la tabla del siete. Ni a ritmo de palmeta conseguía encarrilarlo. El día que ardió la escuela, la cara de Don Severo era un poema. Al ver salir a Gonzalo ennegrecido y renqueante, se tornó dramática. No pudo reprimir una lágrima, cuando le entregó su palmeta chamuscada.
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Escuela de los años 20 San Vicente del Monte (Cantabria) |
Juegos manuales
Yo no salgo en la foto. Juanín, que me había quitado la mejor de mis canicas, se puso ufano a mi lado. De pronto, sentí algo frío en el cuello. Me volví bruscamente hacia Juanín y vi que no era su mano la que me tocaba sino la de Marta, una niña que nos gustaba a ambos. Ella había rescatado hábilmente la canica del bolsillo de Juanín y quería devolvérmela, pero acabó en el suelo. Yo, intentando recuperarla, alboroté al grupo. Don Mariano con un grito severo nos llamó al orden. Por eso salen todos tan serios. Todos menos yo, que todavía agachado sonreía doblemente satisfecho: tenía la canica de nuevo y, sobre todo, a Marta de mi parte.
Escrito por Juana Igarreta para el concurso Una escuela de 100 años
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