viernes, 4 de enero de 2019

De día y en descapotable

En la familia Darling la pátina del tiempo va decolorando los recuerdos. Atrás quedaron aquellos días de sobresalto ante las reiteradas ausencias de Wendy y sus hermanos que, engullidos por el inexorable pozo de la noche, tantas veces cruzaron esa frontera apenas perceptible entre lo onírico y lo real.
Al día le quedan pocas horas. Un llamativo descapotable azul está aparcado frente a la antigua casona. Diríase que se trata de un gran juguete de cuerda; como esos que lucen en los museos y cuya contemplación nos envuelve de una agridulce nostalgia. Un grupo de curiosos se arremolina junto al vehículo preguntándose sobre la identidad de su propietario, pero nadie ha tenido la oportunidad de verlo.
En la mansión, Wendy, tras recoger su cabello cano en un moño improvisado, abre la puerta a un hombre maduro de rostro aniñado:

—¿Qué desea?

—Volver a verte.
Tras estas palabras, un tintineo desacompasado y disonante llena la estancia.

Fotografía de Robert Doisneau


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