Desesperado, amargado, abandonado y
abrumado por adjetivos de tal funesta ralea, quiso vender su alma al diablo,
pero no encontró ningún comprador de tan rancio abolengo. Un vendedor de humo
le prometió resurgir de las cenizas, pero, en la hoguera de las vanidades, las
promesas siempre devienen en fuegos fatuos.
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