Subyugado por su desinhibida desnudez
y aquella pose manierista, lo rescató del contenedor. Apreciaba, sobre todo, su
silencio cómplice, pero últimamente sentía tras de sí sus ojos vigilantes. Y no
descansó hasta escuchar el estertor del plástico, mientras las fauces del
camión de la basura engullían la sonrisa del maniquí.
Imagen de Internet |
Escrito por Javier Igarreta para
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