Cada vez que le hablaba del último sobre
rechazado, el rostro de su jefe se tornaba más crispado. “Ya no quedan obreros
como los de antes”, mascullaba. Y mira que la oferta era cada vez más generosa:
Seis mil euros a cambio de un poco de confidencialidad. A ojos del inspector,
los arneses salpicados con unas gotas de pintura parecerían usados hace tiempo.
Además, de todos era sabido que el bendito de Ángel tenía motivos suficientes para precipitarse al vacío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario