Pintando aquellos extraños bisontes
llevaba Aurelio varios años. Uno por cada víctima de cuya muerte se había
declarado inocente. De hecho, ya no le quedaban espacios libres en las paredes
de la celda. Únicamente había reservado un hueco tras el catre. Tal vez, tras
cumplir la condena, todavía la vida le daría la oportunidad de volver y, entonces
sí, podría dejar ultimada su obra plasmando el rostro del auténtico “cazador”.
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