En
los ojos perfilados en azul de Paula rezumaba la tristeza, aunque ella trataba
de maquillarla de alegría sin conseguirlo. Cada día, frente al espejo parco en reflejos
de los vestuarios de la fábrica, intentaba adecuar a su rostro la sonrisa
laboral exigida por su jefe, como si se tratara de una norma más de obligado
cumplimiento, fracasando una y otra vez en el intento.
Sus
derechos de trabajadora, sumergidos en una ponzoña a la que llamaban Reforma
Laboral, habían encogido muchas tallas en poco tiempo, por lo que la alegría ya
no cabía en sus ojos y la sonrisa le venía demasiado grande a sus labios.
No hay mundo más triste que aquel en el que una sonrisa es algo demasiado grande para poder llevarla a la práctica. Doblemente triste si el gesto se trata de imponer por decreto. Un saludo, Juana.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Ángel. No lo había visto hasta hoy. Hace un tiempo tuve problemas informáticos y se me borraron los comentarios. Así que ha sido toda una sorpresa encontrar el tuyo en esta entrada de diciembre de 2013. Saludos
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