Aquella noche Morgan decidió jugar sus propias cartas. Aunque habían acordado previamente todos los detalles del golpe, circunstancias imprevistas le ofrecieron nuevas expectativas. Morgan no pudo resistir la tentación de añadirle su toque personal. Días después pagaría caro su excesivo protagonismo. Sus compinches se ensañaron con él y, dándole por muerto, lo abandonaron en un oscuro callejón. A duras penas pudo reaccionar a tiempo. Las ratas ya habían detectado su presencia y paladeaban el festín. La que parecía el macho alfa se acercó chillando en ademán retador, pero tras ratificar su lamentable estado, retrocedió. Morgan desconocía por completo la sicología de las ratas. Por supuesto ignoraba que compartía con ellas un ancestro y varias secuencias evolutivas. Sin embargo no pudo evitar apreciar en su gesto un atisbo de empatía. El resto de la camada asumió sin dilación la repentina transformación de su líder, cambió el chip y se dejó llevar. Morgan no contaba con la inoportuna presencia de un testigo. Apostado en un rincón, un compinche rezagado contemplaba la escena, acariciando su consustancial pistola. Reacio a ponerse a la altura de las ratas, se portó como un hombre y lo remató.
No hay comentarios:
Publicar un comentario