miércoles, 30 de abril de 2025

Aspiraciones por el suelo

Un estruendoso portazo lo descabalgó de la polvorienta estantería. Súbitamente arrancado de aquel desvarío de tomo y lomo quedó descoyuntado y a merced del matacabras que se colaba por los desvencijados ventanucos del desván. Con los rasgos de su triste figura desperdigados por el suelo, se escucharon unos gritos lastimeros que, según se le daba a entender, invocaban angustiosamente sus legendarios auspicios de caballero andante. Ni siquiera los largos años anquilosado en un papel subalterno podrían dispensarle ¡Voto a bríos! de atender tan honroso reclamo. Con ímprobos esfuerzos logró reunir las desencuadernadas trazas de su hidalguía, que habían logrado sobrevivir a la voracidad de los bibliófagos. Sin necesidad de la aquiescencia de Sancho y haciendo caso omiso de la ausencia de los equinos, se escudó en las volutas de polvo y espoleadas por el cierzo se arremolinaron en insólita alianza para socorrer al presunto desvalido.

Un insistente rumor fue anunciando el progresivo acercamiento del taimado malandrín, pero el empuje del viento impidió cualquier posibilidad de evitarlo. En medio de un ruido estentóreo y sin poder escapar de la potencia de aspiración fueron absorbidos por la trompa de aquel monstruo mecánico.


Imagen de Internet


Escrito por Javier Igarreta para ENTC - Propuesta: Quijoterías

domingo, 20 de abril de 2025

Una escuela de 100 años

La tabla del siete

Ave María purísima! Ni siquiera el piadoso saludo conseguía moderar el rictus del maestro. Quizás por un empecinado empeño en hacer honor a su nombre o simplemente por deformación profesional, Don Severo mantenía siempre su rostro adusto. Sobre todo con «Gonzalito», que ya sería Gonzalo de no ser por las prioridades de su casa que lo retrasaban.

Don Severo toleraba mal sus ausencias y se consumía cada vez que se trastabillaba en la tabla del siete. Ni a ritmo de palmeta conseguía encarrilarlo. El día que ardió la escuela, la cara de Don Severo era un poema. Al ver salir a Gonzalo ennegrecido y renqueante, se tornó dramática. No pudo reprimir una lágrima, cuando le entregó su palmeta chamuscada.



  Escuela de los años 20 San Vicente del Monte (Cantabria)

Juegos manuales

Yo no salgo en la foto. Juanín, que me había quitado la mejor de mis canicas, se puso ufano a mi lado. De pronto, sentí algo frío en el cuello. Me volví bruscamente hacia Juanín y vi que no era su mano la que me tocaba sino la de Marta, una niña que nos gustaba a ambos. Ella había rescatado hábilmente la canica del bolsillo de Juanín y quería devolvérmela, pero acabó en el suelo. Yo, intentando recuperarla, alboroté al grupo. Don Mariano con un grito severo nos llamó al orden. Por eso salen todos tan serios. Todos menos yo, que todavía agachado sonreía doblemente satisfecho: tenía la canica de nuevo y, sobre todo, a Marta de mi parte.

Escrito por Juana Igarreta para el concurso Una escuela de 100 años

miércoles, 2 de abril de 2025

Correspondencias

Mi abuela Úrsula acaba de fallecer. Era una mujer de pocas palabras, pero recuerdo oírle decir en varias ocasiones que “las personas somos como maletas con un doble fondo en el que guardamos secretos inconfesables”.

Si en vez de morirse ahora, la abuela se hubiera muerto un tiempo más tarde, el cartero no habría podido acercarse a darnos el pésame. Porque, según me ha dicho mi madre, en unos días se irá con su familia muy lejos a trabajar en su nuevo destino.

Si no se hubiera muerto la abuela, yo no habría conocido al cartero, porque, normalmente, cuando él hace el reparto de la correspondencia yo suelo estar en el colegio. Y no me habría asombrado del enorme parecido que guarda con mi padre, fallecido en accidente de coche y cuya foto mi madre siempre lleva en su cartera.

Como ahora la abuela ya no está, le tendré que preguntar a mi madre si en el doble fondo de su maleta cabe mi padre vestido de cartero.