Érase
una vez un dios que modeló un mundo perfecto. Contento con el resultado, sopló
sobre su obra y esta cobró vida. Sus habitantes habían sido creados inmortales,
pero cada cual detenido en la edad que le había sido asignada. Niños eternos, jóvenes eternos, adultos eternos.
Sorprendentemente,
un niño comenzó a crecer. Había escapado al influjo divino. Al dios creador le
cayó en gracia el dislate y dejó prosperar a tan singular criatura, lo que
provocó una desasosegante sensación en todos los demás. Los niños deseaban ser jóvenes; los adultos,
niños…
Sempiternas
manos de todos los tamaños impidieron que aquel ser extraordinario llegara a
viejo.
Qué bonito Juana! Mucha suerte.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Gracias, Nani, me alegro mucho de que sea de tu agrado. Besicos también para ti.
EliminarPara las masas el primer efecto de ser distinto es motivo de curiosidad, luego se pasa por la fascinación o la inquietud, nacen entonces la admiración que pretende imitar y la discriminación que busca exterminar. Cuando pasa la moda de emular a ese “ser especial” sus seguidores se extinguen, ganan los del prejuicio que apaga las luces de la ecuanimidad y condenan al “distinto” al escarnio y la crucifixión, solo por el delito de ser diferente.
ResponderEliminarMi comentario pasa por lo que tu bello texto me invita a pensar y sentir. No sé si tus letras ganarán el concurso, pero para escribir como lo has hecho, se necesita tener un corazón muy grande y no existe un premio mayor que ese (y tú ya lo tienes)
Gracias por esta hermosa lectura.
Juan Carlos, tu comentario es un verdadero regalo. Me alegro de que tan pocas palabras te hayan inspirado tantas y tan generosas. Mil gracias.
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