A las cinco de la tarde había fiesta de disfraces en el asilo. A Julián, el de mago, se lo regaló su nieto mayor; una réplica tersa del abuelo. Lo único que no estrenaba, su eterna pajarita.
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A las cinco de la tarde había fiesta de disfraces en el asilo. A Julián, el de mago, se lo regaló su nieto mayor; una réplica tersa del abuelo. Lo único que no estrenaba, su eterna pajarita.
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Tras la tormenta, un silencio oscuro se instala en el desván. Los truenos que acompañaron los gritos se escuchan lejanos y un relámpago fugitivo agita la melena. De pronto, una brusca oscilación en el hilo disuade a la araña de su empeño fabril. El crujir de la madera y un espasmódico balanceo de la soga que cuelga al lado, la ponen en guardia. Escasa de empatía, mira con desdén cuerda abajo. El desenlace pende, convulso, del nudo.
Se juraron amor eterno en la capilla del asilo. Fue una tarde en que, después de la merienda, aceptaron el chantaje de la celadora. A cambio de unos momentos de exclusividad en el oratorio, él entregaría su pajarita de seda. Ella, una vieja estilográfica, pese a la mirada depredadora de la chantajista sobre su anillo de oro. Ejerció como testigo, el cirio pascual. Su llama temblaba rebosante de complicidad.
Que la piel de mi hija olía a pan tierno aquella mañana de domingo. Es lo primero que dijo el patrón al llegar de invitado a nuestra finca. Y de eso entendía un rato, ya que era el dueño de varias panaderías. Que mi hija estaba muy crecidita y se cimbreaba como las espigas de trigo. Así lo expresó, demostrando que también cultivaba la poesía.
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El psicólogo te está ayudando mucho. No todos los niños tienen dos casas diferentes para pasar la noche. Ni dos mamás. Ni dos hermanos pequeños. A la madre nueva la acabas de conocer. Te ha parecido más guapa que tu mamá de siempre. Este último pensamiento es el que más te ha dolido. El primero que hace que las lágrimas asomen a tus ojos. Intentas secártelos en la almohada. No quieres que se den cuenta de que has llorado otra vez. Eres el hermano mayor por partida doble y tienes que servir de ejemplo. Tal vez mañana consigas dejar de morderte las uñas y así poder dormir con las manos libres.
Un frío roce en la cara te despierta. Es la botella de Rogelio. Sabes que esta noche no es una pesadilla. Que tienes un amigo y que sigues descansando en el cajero más cálido de la ciudad.
Escrito por Juana Igarreta - Celebración 10 años ENTC
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A veces creía vivir una pesadilla cuando por mor de un control, le despertaban en plena noche. Pero no. Luisito pertenecía al «Club de los meones», unos niños que mojaban la cama, por flojos, solo por fastidiar, según Hortensia, la directora del internado. Pero la vida acaba poniendo a cada cual en su sitio y frecuentemente muñe extrañas coincidencias.