Un ángel, aburrido de la anodina paz
celestial, escuchó la conversación de dos sabios recién llegados al paraíso.
Hablaban sobre las ventajas de una buena lectura. Así que decidió descender por
las noches a la tierra para ir leyendo algunas obras literarias.
Cada noche se colaba en una gran
biblioteca y escogía un libro que leía hasta que el día empezaba a clarear.
En cada libro leído, y a modo de
marcapáginas, colocaba una pluma que arrancaba de sus frondosas y sedosas alas blancas.
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Foto: Juana Mª Igarreta (Escaparate de una tienda - Torun - Polonia) |
Hasta que una fatídica madrugada no
pudo regresar al cielo. Sus alas eran
frágiles, casi transparentes y no
aguantaban su peso. Tras múltiples intentos fallidos para remontar el vuelo
cayó al suelo extenuado, quedándose profundamente dormido.
Ulises, el bibliotecario, llamado así
porque su llegada al mundo fue toda una odisea, se encontró aquella mañana al
serafín durmiente. Restregándose fuertemente los ojos, se le acercó con sigilo
para no despertarlo. Acto seguido, recuperó el libro que todavía permanecía junto
a sus esbeltas y delicadas manos: La Odisea, de Homero.
En sueños, ajeno a la realidad y bajo
la mirada perpleja de Ulises, el ángel volaba
una vez más, como cada noche, de regreso a su Ítaca celeste.