Sigismund Markus está en su
juguetería. Consciente de la presencia inminente del “ogro dominador”, se va despidiendo del
lugar y de todos los objetos a los que consigue dar alcance con sus afligidos
ojos. Esta juguetería le ha permitido
vivir modestamente en lo económico, pero plenamente en lo personal. Ver
cómo prende la llama de la ilusión en los ojos de un niño, es un pequeño
milagro al que un vendedor de juguetes
tiene la oportunidad de asistir cada día.
Es jueves, pero hoy la bella y frágil
Agnes no pasará por la tienda, como cada
semana, a rogarle que cuide del pequeño Oskar. Ella hace días se entregó en los
brazos "del de arriba", harta de navegar de unos brazos seguros, pero no queridos,
a otros brazos deseados, pero prohibidos. Incluso Markus tuvo siempre los
brazos y el corazón abiertos para ella; para ella y para su pequeño Oskar; porque para alguien que decide a los tres
años dejar de crecer, una juguetería es el lugar ideal para vivir.
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Imagen de la película "El tambor de hojalata" (Internet) |
Markus,
bajo la mirada congelada de múltiples muñecas, siente cómo se desvanecen
sus últimos minutos en profundo silencio, roto de pronto por el
repique amigo de un tambor de hojalata.