Una vez más, Miguel secaba al sol su
colchón mojado. Algunos tutores se reían cínicamente. Sería la última vez.
Cuando Miguel desapareció, lamentaron
su excesiva melancolía y aquella maldita costumbre de aventurarse entre los
acantilados. Todas las sospechas apuntaban hacia el mar, pero Miguel había
puesto tierra de por medio.
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