martes, 15 de octubre de 2019

Ajuste de cuentas

Aquel libro recogía algo más que una historia. Bien lo sabía Murray que, tras pensarlo mucho, decidió sacarlo a la luz. Aunque «cualquier similitud entre sus personajes y la realidad fuera pura coincidencia», quiso el azar que el libro llegara a manos de su antiguo preceptor que, dándose por aludido, decidió tentar a la suerte, para congraciarse con el pasado. Cuando Murray lo vio venir, volvió a sentir de nuevo la rabia y el asco de antaño. Alérgicas al saludo, sus manos fueron directas a la garganta de aquel indeseable que sorprendido, sucumbió a la presión. Murray sentenció ante el juez: «Volvería a hacerlo».

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La extraña advertencia de mi abuela


“Cuidado con los tréboles de cuatro hojas”, me dijo mi abuela al conocer mi intención de matricularme en el taller de pintura situado frente a su casa. Ella, aquejada de varias dolencias, apenas salía. Acodada en la ventana observaba la porción de mundo a su alcance, a veces incluso pertrechada de sus antiguos prismáticos.
Pasaron varias clases hasta llegar a percatarme de aquellas diminutas plantas que decoraban las cortinas. Fue la tarde que el profesor corrió estas últimas con determinación, “para conseguir la luz y atmósfera adecuadas”, dijo. Después, pegando su cuerpo tras el mío, vertió susurrando en mis oídos las últimas correcciones. Nunca más ocurrió.
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domingo, 13 de octubre de 2019

Del ocaso al amanecer





Hoy han vuelto a la casita de la playa. Las horas han pasado y, como olas en el mar del tiempo, han ido lamiendo las heridas y redondeando las cortantes aristas de la tristeza.
Mientras Nicolás se encarga del equipaje, Julia abre cortinas y ventanas, dando paso a la tenue luz del atardecer. Al contemplar el rosado horizonte, una sensación agridulce se adueña de ella; sabe que el día más luminoso puede ser absorbido por el vértigo de un aciago instante.
A la mañana siguiente, mientras el columpio mece su vacío, Nicolás contempla la piscina; para disipar la sombra que ha anidado en su fondo, necesitará mucha pintura y la luz de muchos soles.
Bajo el frondoso sauce, testigo callado de péndulas hojas, Julia teje con hebras de renovada esperanza una chaquetita de suave perlé rosa.

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La última partida


“Cuidado con los tréboles de cuatro hojas”, dijo sibilinamente aquel tahúr. “Y los falsos diamantes”, añadió otro escupiendo por el colmillo. “No hablemos de corazones rotos”, terció el bizco entre bocanadas de humo. Nadie apostilló a picas. El primero en hablar, barajó con parsimonia mientras torturaba entre sus dientes ennegrecidos una brizna de hierba seca, sin perder de vista los sospechosos ademanes de sus contrincantes. “La suerte está echada”, masculló tras repartir las cartas y palparse en la faltriquera su treinta y ocho corto, única herencia paterna. Con aquel as en la manga, más de una vez había ganado la partida. Pero nunca más ocurrió.


Las tribulaciones de un corazón amarillo

Ella todavía está creciendo, pero ya se siente observada. Tiene que ser discreta para no correr la misma suerte que otras de su clase. Por eso, cada vez que alguien se acerca, se dobla sobre sí misma tratando de camuflarse en la frondosa hierba que la rodea; sabe que si tiene la desdicha de caer prisionera en sus manos, puede padecer un verdadero suplicio. Muchas de sus vecinas han acabado sometidas a un cruel interrogatorio; despojadas a tirones de su vestimenta, y ejerciendo el papel de eventuales pitonisas, son forzadas por sus raptores en aras de hallar la respuesta a una extraña pregunta, que al parecer surge a menudo en quienes transitan por los intrincados terrenos del querer.