En lo más crudo del invierno, envuelta en una brisa de
viento y nieve, Ría Malenbe se cuela en los orfanatos. Cada noche recorre los
interminables pasillos de puntillas y en silencio, abriendo una a una todas las
puertas que va encontrando a su paso; se acerca a cada lecho y arropa a cada
niño, al tiempo que susurra en sus oídos deseos de dulces sueños. Luego,
exhausta, se retira a descansar acomodándose
tras los reflejos desvaídos de un viejo espejo.
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Entrado el verano, cuando el sol caldea generosamente las
estancias, Ría Malenbe regresa a su hogar. Al ritmo del tic-tac
desacompasado de un desvencijado reloj de cuco, teje cientos de pequeñas
cobijas esperando la llegada de los días fríos.