El miedo, seguro de su ancestral
supremacía, aguardaba silencioso en los rincones oscuros del viejo caserón.
Pero el intrépido vagabundo, en actitud desafiante y candil en mano, desveló su
guarida de polvo y telarañas. Cuando escuchó a sus espaldas aquel angustioso
estertor, su corazón latió aceleradamente. Y después se paró.
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