sábado, 30 de enero de 2016

Promesas ahogadas



“Maldita sea, me lo temía”, escucha Ángela musitar a Oscar Luis, su flamante marido, que sin darle opción a profundizar en dichas palabras desaparece de su vista.
Minutos después, una joven entra en la cafetería, pisando marcial sobre el suelo de tarima flotante. Se acerca a la barra y, escudriñando sus alrededores, pide una infusión que  Ángela le sirve diligente.
En breve espacio de tiempo, tras pagar la consumición, la joven sale presurosa del local. En el fondo de su taza, una alianza oculta su brillo y ahoga en manzanilla la promesa guardada tras la siguiente inscripción: “Oscar Luis 12-4-2015”.







viernes, 29 de enero de 2016

¿Por qué las bailarinas bailan de puntillas?



Genaro siempre decía a Lucía, su mujer, que era una ilusa pensando que podría llegar a ganar aquel concurso de radio.  Que las preguntas que hacían eran muy absurdas y solo triunfaban los concursantes muy ingeniosos. Lucía le contestaba que ilusa venía de ilusión y que era mucha la que ella sentía cada vez que participaba. Que soñaba con poder conocer Sevilla viajando juntos en el AVE con el premio del concurso. Pero, en verdad, la pregunta de aquella semana se las traía: ¿Por qué las bailarinas bailan de puntillas?

Imagen de Internet


El domingo por la mañana llamaron al timbre. No esperaban a nadie. Lucía, sigilosa, observó por la mirilla y vio a una mujer de humilde apariencia que portaba un gran bolso. Parecía una vendedora ambulante. Pensó en no abrir, pero luego valoró la dura vida de estas personas, deambulando casa por casa incluso los días festivos, a expensas de encontrar tras cada puerta alguien que las escuche. Cuando Lucía abrió, la vendedora le ofrecía insistente un amplio surtido de puntillas y bordados,  abierto en abanico sobre sus ajadas manos. Lucía, observando aquellos retales, exclamó entusiasmada ante la sorprendida vendedora: “¡Bailan de puntillas para que les quede bordado!”.


Sevilla les encantó.

viernes, 22 de enero de 2016

Pruebas en la trastienda



Aquella zapatería cambiaba de dependientas como su escaparate de zapatos. El dueño del comercio, un tipo orondo de carácter bronco, aprovechaba los tiempos vacíos de clientela para probarse en la trastienda los últimos modelos recibidos. Como su voluminoso perímetro abdominal le impedía agacharse, obligaba a la dependienta de turno, entre otras cosas, a calzarle innumerables pares de zapatos. 

Una mañana apareció inerte, caído de bruces en el suelo del establecimiento, con sus zapatos negros sujetados entre sí por un único y blanco cordel. Tardaron en descubrir los dos cordones negros, anudados y ocultos bajo el denso pliegue de su cuello.

Fotografía de Chema Madoz


lunes, 11 de enero de 2016

Trono de juegos



Por qué demonios sus dueños los han abandonado en ese inhóspito lugar es una pregunta que comparten todos ellos, sabiendo que fueron una vez los más deseados y queridos. Pero a partir de esa maldita madrugada del seis de enero, se han visto condenados al ostracismo de un gélido y polvoriento trastero. Todo sucedió tras la irrupción inesperada en la casa de tres extraños que, con premeditación y nocturnidad, llegaron acompañados de una vulgar Patrulla Canina.


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