sábado, 31 de diciembre de 2016

El médico del reloj

El “tío Julián” era el médico del reloj. Cuando en invierno al reloj de la iglesia le afectaba la humedad constipando el ritmo de las horas, él subía presuroso a la torre. Accedía a la pequeña estancia desde la que el reloj gobernaba el tiempo e iniciaba un minucioso ritual de inspección, escudriñando con vivarachos ojos y hábiles manos cada una de sus piezas. Algunos del pueblo, menospreciando su labor, le preguntaban: “¿Qué haces ahí arriba, Julián, que te pasas las horas muertas?”; a lo que él solía contestar: “Vigilo el tic-tac del reloj, que es el corazón del tiempo”.

Pero realmente al “tío Julián” nadie lo conocía en profundidad. Vivía solo en una de las últimas casas del pueblo que heredó de un pariente lejano. Hasta su edad era un misterio. Los más antiguos aseguraban que llegó al pueblo el mismo día que se estrenó el reloj de la iglesia. Y de eso hacía mucho.
 
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Una Nochevieja, faltando apenas unos minutos para las campanadas del Año Nuevo, el reloj enmudeció. De su blanca esfera, súbitamente ensombrecida, comenzaron a caer gruesos y oleosos goterones.

Fueron a buscar al “tío Julián”. Tras la herrumbrosa puerta solo encontraron el tiempo detenido.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Carta del jardinero



Querida Rosa, siempre fuiste la alegría del jardín, a pesar de las malas hierbas y de aquel capullo que ahora cría malvas entre auténticos gusanos. Espero que encuentres a alguien del ramo que te haga brillar. No te imagino marchitándote al lado de algún picaflor, por buena planta que tenga.

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sábado, 10 de diciembre de 2016

El vuelo



Me habría gustado que mi estancia en la empresa hubiera sido mucho más larga. Lo sentí especialmente por Marta, una compañera  que me había cogido un gran cariño. Ella, a menudo, me decía: “Eres un ángel”. Pero llevar replegadas las alas bajo la camisa me resultaba cada día más doloroso.


                                             

sábado, 12 de noviembre de 2016

Ex libris



Bernardo Soares se durmió sin pérdida de tiempo en busca de Proust. En una librería de viejo, junto al Gran Canal, encontró a Ulises, desencuadernado tras mil travesías, y  a Alonso Quijano, lanza en ristre sobre una sobada cubierta. Cuando despertó, desasosegado por unas fúnebres campanadas, Fernando Pessoa estaba allí.

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lunes, 7 de noviembre de 2016

Otra más para sus juegos



Su seductora imagen, rebosante de sugestivas curvas y oscuros y húmedos recovecos, le hace interesarse por su nombre y por sus orígenes. Su intención, igual que con las anteriores, es comprobar hasta dónde puede llegar a experimentar con ella todo tipo de juegos.

Ansioso, abre el diccionario y busca laberinto.



domingo, 6 de noviembre de 2016

La invitada

La chica elegida, previo pago a la regente del club de alterne, llega puntual a la cita. Al cruzar la acorazada puerta es recibida por una inquietante música marcial que envuelve la sombría estancia, en la que danzan sincronizadas un sinfín de fantasmagóricas figuras luminiscentes.
Sobre la mesa, después de haber sido impregnados de una invisible pátina narcotizante, reposan apetitosos dulces y bebidas que el anfitrión no tardará en ofrecer a su invitada. Sorbo a sorbo, paladeo a paladeo, harán de ella la más sumisa de las esclavas, pasando a engrosar la larga lista de un siniestro harén.
Tras el vacío de las cuencas oculares de una máscara en penumbra, alguien acecha cada uno de los premeditados movimientos del comandante Samhaím.


lunes, 24 de octubre de 2016

Sombras extrañas



Al otro lado de la ventana ocurren cosas muy raras. Y no porque desfilen ante mis ojos ejércitos de nubes negras, ni porque la luna entre algunas noches en mi habitación, descarada y rotunda, con la ventana cerrada. Sino porque, estando postrado con fiebre en mi cama, me ha parecido ver en la casa de enfrente tu silueta, papá, fundirse con la de Ariadna.
Tiene razón mamá cuando dice que por mucho que limpie los cristales, siempre quedan indelebles sombras extrañas.