El Titanic, auténtica ciudad flotante, surca veloz las aguas
del océano Atlántico. En el camarote 115, Elizabeth Dowdell contempla el dulce
dormir de Virginia, la niña que tiene a su cargo y que deberá poner bajo la
custodia de sus abuelos en Nueva York. Al tiempo que la arropa delicadamente,
sonríe al ver los ojos también entornados de la muñeca que la chiquilla abraza
junto a su pecho. Recuerda las palabras firmes de la niña a una compañera de
juegos: “Siempre le pongo lo que ella me pide”, y observa que la muñeca viste
bañador en lugar del camisoncito de noches anteriores, dejando al descubierto
su pequeña figura moldeada en celuloide.
Elizabeth se dispone a meterse en la cama, cuando un golpe
seco hace temblar el camarote durante unos segundos interminables. Desasosegada,
piensa en salir al pasillo para ver qué ocurre, pero antes comprueba que
Virginia sigue dormida. Olvida a la muñeca que, a pesar de mantener la posición
horizontal, tiene completamente abiertos sus vidriosos ojos verdes.
Mientras, en el camarote de al lado, Milton Long observa
sobresaltado su copa de whisky hecha añicos en el suelo, de la que tan sólo los
cubitos de hielo han conseguido salir indemnes.
Buena apuesta, en ENTC comenté, me gustó mucho.Abrazos
ResponderEliminarGracias, Manuel, por tu doble visita y comentario. Abrazos también para ti.
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