Ya no quedan arboledas
donde aliviar la tristeza,
casi todas están llenas
del estertor de la fiesta,
de arruinadas papeleras
entre vasos y botellas,
de miradas que te acechan,
de risitas que se ceban
en los traspiés de las viejas,
de almas grises que no sueñan
y otras almas que desertan.
Ya no quedan arboledas
donde aguardar las respuestas,
sólo quedan en las piedras
las preguntas boquiabiertas,
los silencios que recuerdan
el vibrar de las ausencias,
y ese vértigo que enhebra
en sus ojos la monserga
de amenazas y reyertas,
cuando la noche se acerca
y con la nada se acuesta.
Javier Igarreta Egúzkiza (18/06/10)
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